domingo, 18 de noviembre de 2007

Comandante Guevo Izquierdo

Mi nombre de lucha es Comandante Guevo Izquierdo de Afuera del Consenso, me pueden llamar Guevo Izquierdo. Desde luego que ese no es mi nombre original, nadie quisiera semejante nombre para sus hijos. Es el nombre que he tomado desde que estoy en pie de lucha - en pie de lucha he estado siempre, más bien desde que tome las armas (las herramientas del combate al consenso no son necesariamente bélicas) - y tuve que renunciar a todo. Me llenó de gusto dejar el tormento de la vida burguesa aparentemente tan inescapable. Siempre parece que no existe afuera de esa burbuja, parece un espacio que todo lo abarca, un consenso ineludible, cuya única alternativa es la tragedia la anti utopía, una especie de Nueva York inhabitado con humanos a las afueras predadores entre sí que recogen frutos y han vuelto a la vida nómada. Pero me ha dado mucha tristeza dejar otras cosas con las que tenía un profundo arraigo, los ruidos de mi calle, mi familia, el camino polvoso con su volcán nevado, las tardes de los domingos en la plaza frente al cielo abierto, como aquí, pero junto con la tranquilidad de la tarde imperturbable, mas que por los pájaros cuando vuelven a dormir, el aire diáfano y acariciante, frente a la concentración de moscos y garrapatas en la que ahora vivo, debajo de este cielo, eso si más negro y más estrellado. De entre lo que más me duele haber dejado, es mi nombre y mi identidad, esa versión de mi que fui antes de tomar estas armas. Deje mi nombre y por más que quisiera dar esta lucha a nombre de quien he sido, alzar la voz a nombre propio me resulta imposible. La transparencia no es más que un lujo y una cuestión secundaria en una guerrilla, aunque esta guerrilla no mate a nadie.

Desde el principio, en la fundación del movimiento tuvimos dificultades en nombrarlo. En nuestra asamblea constitutiva, después de días eneros de deliberación sobre el tema, ante la incapacidad de tener un nombre por consenso y comprometidos como lo hemos estado siempre con las minorías y el respeto a la pluralidad, nuestro movimiento guerrillero resultó con varios nombres que usamos indistintamente, pero que finalmente cumplen su propósit: nos nombra. Guerrilla esquizofrénico, Ejercito Popular Contraconsenso, Ejército Diferencia, Ejercito popular por la dignidad. Un compañero armado de un movimiento vecino propuso seleccionar el nombre con un ejercicio de esos que llaman focus groups y fue unánimemente abucheado y hoy está de vuelta en la selva lacandona.

El modo de organización del movimiento es indescriptible, soy al mismo tiempo soldado raso y dirigente, integrante fundador. Nos conduce una especie de deliberacionismo extremo sin votaciones. Monólogos interminables que abundan en los más diversos temas, no necesariamente conexos y que a veces no tocan ni tangencialmente el punto en discusión. Cuando ese sucede son tomados por metáforas, discursiva abstracta, pedacería de palabras, que no tiene desperdicio por que probablemente algo de lo tanto dicho habrá de resultar en una reminiscencia en el fondo del corazón de alguien, tocará una fibra sensible que enriquecerá la discusión. Por eso nadie desespera y a nadie se calla. Con toda certeza aseguro que nunca nadie se ha sentido presionado a concluir en medio de una arenga discursiva prolongada, aunque pueda parecer a los ojos de muchos una diatriba interna inacabable.

Escribo todo esto aunque parezca sin sentido, porque me siento responsable. Son muchas las cosas que tengo que recordar entre la bajada al pueblo y la vuelta a la guerrilla, el acopio de las armas de la imaginación, la planeación estratégica, la cooptación y la capacitación de las fuerzas. Las tareas físicas se llevan la mayor parte del tiempo después de la discusión del discurso, son demasiadas las cosas que hago y las que olvido, por eso he decidido llevar este cuadernillo. No lo puedo llevar a mano, por que no lo puedo llevar conmigo, no sea que caiga en las manos del enemigo. Este espacio fuera del consenso es el mejor lugar para guardarlo, el más seguro y al cual puedo volver recurrentemente cuando bajo al pueblo.

Tampoco he de escribir sobre dónde me encuentro, por precaución y por estrategia. Pero puedo decir sin revelar de más que la fauna es abundante, más molesta que peligrosa. Se escucha y se huele el mar todas las noches, no así durante el día. Parecen tristes las mujeres y los hombres cuando cargan leña en la carretera, pero no cuando se les trata y se les conoce. Aquí se esconde la dignidad milenaria, en las caras, las arrugas y los ojos de sus habitantes imperturbables. Habita la esperanza inacabable. La calma inexorable. Desde donde duermo puede verse algo de lo que habremos de conquistar, los caminos que tenemos que definir y por donde hemos de pasar. Se ve el primer retén que vamos a derrotar y puedo ver bajar una vez a la semana, de madrugada, a una avioneta que se pierde entre los arboles altos que hay de lado opuesto a donde está el mar, donde cambia la tierra y la humedad es mas de savia que de sal. Estamos a varias horas del pueblo tiempo en mula. No se escucha ningún ruido.

No puedo terminar esta primera entrega habiendo evadido el tema de los motivos de levantamiento armado. Sobre por qué en nuestros pechos descansa el fierro (de la pluma) y en nuestras sombras de vuelta al cerro nuestras extremidades terminan más largas y afiladas (tienen una pluma, no una metralleta). Sobre por qué hemos declarado la guerra al estado de las cosas como son. La razón es muy sencilla hemos aprendido que tenemos que recurrir al coraje y a la rabia contenida para ser tratados como iguales. Tenemos que hacer visible el rencor latente para ser tratados con igual respeto y dignidad. La lucha no es contra los hombres, nunca lo será. El enemigo es inasible y la batalla armada es solo el primer paso. Es la moral de la indiferencia y el valor exclusivo de lo productivo lo que nos mata todos los días. Esa es la batalla que hemos comenzado a dar.

Desde algún lugar fuera del consenso quedo de ustedes Comandante Beligerante Guevo Izquierdo.

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